The stories we are
Viviendo nuestras historias
El capital narrativo es el resultado de la dimensión narrativa de los seres humanos: como homo sapiens, también somos homo narrans, hombres y mujeres capaces de contar y escuchar historias. Desde la primera comunidad humana compleja, encontramos relatos y mitos, que fueron esenciales para unir a las personas. Para los humanos, los hechos y las cifras no son suficientes: necesitamos palabras; la realidad no es suficiente: queremos sueños, y para nuestros sueños diarios, necesitamos historias. Así pues, el capital narrativo está formado por historias, leyendas, mitos y tradiciones que se transmiten a lo largo del tiempo y se comentan de generación en generación. El capital narrativo es, por tanto, nuestra herencia, un patrimonio, un munus / regalo de nuestros padres. Y es un auténtico capital porque, como todo capital, genera frutos y futuro.
Pensemos en ello… En la raíz de los momentos más fuertes e importantes de nuestras vidas encontramos hechos y experiencias que se han convertido en historias que hemos contado a nuestros hijos, y a nuestros nietos [o que hemos escuchado de nuestros padres o abuelos] y cada vez que las hemos contado [o escuchado] las hemos entendido mejor y han cambiado un poco. Incluso al principio de las grandes experiencias colectivas, hay grandes relatos colectivos. Las comunidades, las organizaciones, las empresas y los movimientos (espirituales, culturales, sociales y políticos) nacen si las acciones y las ideas de los individuos y los grupos consiguen convertirse en relatos. Sin ser capaces de transformar las experiencias en historias, los hechos no se convierten en fenómenos sociales, siguen siendo hechos silenciosos. Los hechos colectivos comienzan cuando intentamos contárselos a alguien.
Revolución Narrativa
Existe un vínculo entre la narrativa y el capital espiritual. El nacimiento de las religiones está vinculado al desarrollo de las lenguas y, posteriormente, de las narrativas. El capital espiritual incluye dimensiones simbólicas, morales y espirituales heredadas de generaciones anteriores. El capital narrativo y el espiritual son dos tipos antiguos de capital que han sido -y tienen que ser- siempre importantes para afrontar los retos ad el progreso económico y civil, el bienestar de nuestra sociedad. Contribuyen a construir una visión del mundo que identifica de forma única a una persona, una organización, una comunidad o incluso un país. Este tejido social tiene un impacto significativo en con quién nos relacionamos y cómo colaboramos.
Cuando se dispone de estos capitales, las personas están mejor preparadas para afrontar las adversidades de la vida, son más resistentes y pueden prosperar porque pueden hacer frente a esas adversidades apoyándose en la experiencia de generaciones anteriores, inspirándose en sus reacciones y, en definitiva, sintiéndose en buena compañía. Estos capitales, a los que los científicos sociales rara vez han prestado atención, se están agotando rápidamente debido al aumento del individualismo y el secularismo al que se enfrentan nuestras sociedades -sin que seamos capaces de generar otros nuevos-, con consecuencias adversas para la sostenibilidad de nuestros sistemas socioeconómicos.
De hecho, muchas de las comunidades, cooperativas, empresas y movimientos que operan hoy en día, fundados en el siglo XX, sufren ahora una carestía de capital narrativo, una crisis muy grave en lo que se refiere a historias y relatos capaces de atraer, convencer, encantar como lo hacían en los primeros tiempos de su fundación. Muchas cosas han cambiado en la transición entre los siglos XX y XXI, y entre ellas, están los códigos narrativos con los que comunicar cosas importantes, valores y experiencias entre generaciones. Así que la crisis de las religiones, de los credos, así como de los grandes ideales hoy en día es básicamente una crisis narrativa. La gente, en particular los jóvenes, ya no entienden las grandes historias: cuando intentamos contarlas, acabamos «hablando palabras de amor en una lengua muerta». No son los contenidos los que ya no dicen nada, es nuestra capacidad para contarlos la que lucha. El futuro de las religiones, de la espiritualidad, de los ideales y de las virtudes éticas y civiles depende principalmente de una revolución narrativa capaz de reconstruir un nuevo capital espiritual.
The Economy of Francesco y el capital narrativo
El lenguaje es la primera señal que nos habla de la crisis antropológica, y por tanto espiritual y ética, que atraviesa también el mundo de la economía y los negocios. Sabemos que «la economía siempre ha sido más grande que la economía». Y sigue siéndolo. Detrás del dinero, del trabajo, del consumo, del ahorro y de las empresas, no sólo hay necesidades y gustos de consumo, hay sueños, deseos, promesas, pasiones, espíritu y vocación que brotan de la vida de la economía para indicar algo que va más allá. Porque la vida económica es un universo de palabras, símbolos, signos: un código para descifrar la gramática del alma de los individuos y las sociedades.
El mundo de la economía, de la empresa, de las finanzas, son lugares humanos donde el sufrimiento es más fuerte por la carestía de palabras vivas y verdaderas, por un lado, y por la gran cantidad de cháchara inútil, por otro: palabras, frases, expresiones demasiado pobres para expresar cosas humanas que suceden, eslóganes que son la expresión de un pensamiento unidireccional que está contribuyendo a la pérdida de biodiversidad y de generatividad.
También en la economía, hoy en día, hay una hambruna de capital narrativo. Revivir y revivir las narrativas espirituales y éticas en el contexto de nuestros tiempos contemporáneos es necesario. Dar un alma a la economía (Papa Francisco, 2019) requiere un nuevo tiempo/temporada de auténtica espiritualidad, heredera y continuadora de las grandes narrativas.
La «misión» de EoF es, entre otras cosas, ofrecer nuevos capitales narrativos, en economía, ciencias sociales, teología, credos… ¡la vida! Y hacer aflorar la creatividad, el coraje, la capacidad de atracción de nuevos talentos e ideas jóvenes.