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Desde los márgenes,
donde nace la innovación más viva
por Luca Iacovone
publicado en Avvenire el 12/11/2025

Existen lugares que la economía ha dejado de mirar: pueblos alejados de las grandes ciudades, territorios que en los mapas parecen descoloridos. Zonas interiores, periferias, márgenes donde los servicios escasean y las oportunidades se diluyen. Y, sin embargo, es precisamente allí donde a menudo nacen las ideas más vitales: aquellas que brotan desde abajo como respuestas colectivas a necesidades compartidas. En estos lugares, la innovación no es una moda: es un gesto de supervivencia.
En Italia, Martin Pizzoni ha decidido dedicar su investigación a estos territorios olvidados. Con veintitrés años y una formación en Innovation Management entre Trento y Pisa, hoy realiza su doctorado en la Universidad Ca’ Foscari en colaboración con la SKEMA Business School de Niza. Su proyecto parte de una pregunta simple pero radical: ¿cómo puede nacer la innovación en los lugares donde todo parece detenido?
Para Martin, las áreas marginales son laboratorios del futuro. “En muchos territorios interiores de Europa — escribe — existen personas y comunidades que experimentan formas de regeneración social, económica y cultural sin recursos, pero con un gran capital humano y relacional.” Su investigación observa cómo las iniciativas locales — cooperativas, asociaciones, empresas sociales — logran transformar la falta de infraestructura en creatividad difundida, y reconstruir vínculos donde la distancia había generado soledad.
Para él, innovar no significa importar modelos urbanos, sino redescubrir la capacidad de las comunidades de imaginar por sí mismas su propio desarrollo. No existe una fórmula única, sino múltiples intentos nacidos desde abajo: laboratorios de ciudadanía, regeneración de espacios abandonados, economías de proximidad. “Las áreas marginales — afirma — no deben considerarse desechos del sistema, sino lugares donde se experimentan nuevas formas de vivir juntos.”
Es una manera distinta de leer la geografía: ya no centro y periferia, sino conexiones y flujos de ideas que se mueven en ambas direcciones.
Desde el corazón de África llega la voz de Michèle Lameu Djeutchouang, investigadora camerunesa. Su trabajo explora otro tipo de innovación: aquella invisible, que nace del capital narrativo de las comunidades, de las historias que guardan y transmiten sentido. “Corremos el riesgo de olvidar las formas de valor que no se miden en dinero”, escribe en su investigación dedicada a Idente Youth, una organización juvenil fundada sobre ideales espirituales y cívicos.
Para Michèle, valorizar estas narraciones significa reconocer el poder transformador de los vínculos: la capacidad de las personas para regenerar confianza, motivaciones y horizontes comunes. Es una perspectiva que también se aplica a los territorios marginales: donde los recursos materiales escasean, el relato compartido se convierte en un recurso económico capaz de dar forma a nuevos proyectos, fortalecer la identidad colectiva y sostener la cooperación.
Michèle estudia cómo las historias, las motivaciones y los valores compartidos generan cohesión social y contribuyen a construir lo que ella define como “una economía del sentido”. En su análisis, las formas de capital no son solo económicas, sino también simbólicas, culturales y relacionales: aquello que mantiene unidas a las personas en una comunidad y las impulsa a actuar por el bien común.
“Una organización fundada en valores no produce solo servicios”, explica, “sino también relaciones, identidad y pertenencia.” A través de un enfoque que une teoría económica, sociología y espiritualidad, Michèle muestra cómo las realidades inspiradas en valores — como Idente Youth — contribuyen a la sostenibilidad social y a la renovación cívica de los territorios. Es un trabajo que entrelaza academia y vida, y que devuelve la reflexión económica a su lugar de origen: la comunidad. “La innovación auténtica — escribe — nace cuando aprendemos a mirar los márgenes no como lugares de ausencia, sino como territorios vivos, capaces de enseñarnos nuevas formas de habitar el futuro.”

En contextos muy distintos — un pequeño pueblo de los Apeninos y un barrio de Yaundé —, Martin y Michèle comparten la misma intuición: que la economía no se compone solo de indicadores, sino de historias, vínculos y decisiones cotidianas. En ambos casos, la frontera de la innovación es lo humano.
A finales de noviembre se encontrarán en Castel Gandolfo, junto con cientos de jóvenes de todo el mundo, en Restarting the Economy, la cumbre global promovida por The Economy of Francesco. En un año jubilar dedicado al perdón y la regeneración, sus trayectorias muestran que el cambio no proviene únicamente de los grandes centros de poder, sino de los márgenes: de quienes habitan las fracturas y deciden transformarlas en futuro.
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