En camino hacia una economía de Paz
por Luca Iacovone
En un mundo donde los conflictos y las desigualdades parecen dominar el panorama económico y social, la construcción de una economía de paz surge como una necesidad urgente. La economía de paz no es sólo un concepto abstracto o utópico, sino un proyecto concreto que requiere compromiso, sacrificio y, sobre todo, un nuevo paradigma: el del camino. El papa Francisco subrayó la importancia de este enfoque en el mensaje que confió a los jóvenes de Economía de Francisco el 6 de octubre de 2023, una invitación a repensar la economía global a partir del camino, del movimiento, de la salida de los propios límites físicos y mentales.
La Economía del camino
El papa Francisco nos recuerda que la economía del camino tiene sus raíces en la experiencia de Jesús y de los primeros discípulos, descritos en los Evangelios como “los del camino”. Este no es un detalle secundario, sino un signo de una profunda verdad espiritual y social: el camino, con sus incertidumbres y vulnerabilidades, es un proceso de transformación interna y externa. El camino requiere confianza, dependencia de los demás y una apertura radical al encuentro. En el mensaje del papa Francisco, el camino se convierte en una poderosa metáfora de la economía. Una economía que camina es una economía que no permanece anclada en posiciones rígidas o intereses egoístas, sino que avanza hacia el otro, reconociendo su interdependencia con otras disciplinas y conocimientos.
El camino, sin embargo, no está exento de dificultades. Es un camino “polvoriento”, como lo describe el Papa, en el que se ensucian las manos, se afrontan tensiones y conflictos. Pero es precisamente en ensuciarnos las manos donde encontramos la clave para construir una economía de paz. La justicia, la caridad y la solidaridad no son ideales abstractos, sino realidades concretas que se viven y encarnan en la vida cotidiana.
Una economía de paz es una economía que no teme afrontar los desafíos y las contradicciones de nuestro tiempo, sino que los habita y los humaniza.
El camino: de la práctica al modelo económico
Durante décadas, las marchas por la paz han sido un poderoso símbolo de resistencia y esperanza. Personas de todo el mundo se propusieron pedir el fin de los conflictos, exigir un futuro mejor, dar testimonio de la posibilidad de una coexistencia pacífica. Pero el camino no puede limitarse a una simple manifestación de protesta. Debe convertirse en un principio organizador de la economía. Una economía que camina es una economía que se hace peregrina, que reconoce su propia fragilidad y la necesidad de encontrarse con el otro. Es una economía que se aleja de la zona de confort, de la competencia exasperada y la acumulación de riqueza para abrazar el compartir, el cuidado recíproco y la cooperación.
La economía de paz, así concebida, requiere un cambio radical de perspectiva. Mientras sigamos estancados en nuestras posiciones iniciales, en nuestros hogares y en nuestras ciudades, veremos al otro como una amenaza, alguien que puede quitarnos nuestros recursos o derechos. Pero cuando partimos, cuando dejamos nuestra “tierra” para aventurarnos en un terreno común, el otro se convierte en un recurso, una riqueza, una posibilidad de crecimiento y de intercambio. El camino nos obliga a reconocer que no poseemos nada en forma absoluta, que cada cosa es interdependiente, que el bien común se construye sólo a través de la participación y la responsabilidad compartida.
Custodiar la casa común: la valentía del camino
La economía de paz es también una economía ecológica. El Papa Francisco, en su encíclica Laudato si’, nos invitó a salvaguardar nuestra casa común, a reconocer el vínculo inseparable entre la justicia social y la justicia ambiental. Este mensaje fue reiterado a los jóvenes de “Economía de Francisco”: construir una economía de paz significa también tener el coraje de proteger el planeta, de adoptar estilos de vida sostenibles, de poner en el centro el bien de la tierra y de las generaciones futuras. El camino, en este sentido, es también una llamada a la sobriedad, a la sencillez, a la conciencia de que cada paso que damos tiene un impacto en el mundo que nos rodea.
Conclusión
Construir una economía de paz a partir del paradigma del camino significa emprender un viaje colectivo hacia un futuro más justo y solidario. Significa abandonar certezas egoístas para abrirse a la vulnerabilidad del encuentro con el otro. Significa ensuciarse las manos en la construcción de una justicia encarnada y vivir la reciprocidad como una práctica diaria. Sólo así podemos aspirar a transformar la economía global, para convertirla en un verdadero instrumento de paz, capaz de responder a los desafíos de nuestro tiempo. En este camino nadie está excluido: todos estamos llamados a emprenderlo con valentía, confianza y esperanza.